Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

lunes, 16 de abril de 2012

Canto infernal


                   



La joven no estaba acostumbrada a la gran ciudad. Ésa en la que el humo decoraba el aire y el gris de los edificios y el asfalto eran toda la paleta de colores que se podía contemplar, salpicada de escaparates desnudos de contenido y repletos de superficies vacías, y neones luminosos que anunciaban la decadencia disfrazada, a gritos, con su voz silenciosa.  No era por falta de años para habituarse a ella, era precisamente la cantidad de años que había pasado en la capital la que le hacía escuchar la llamada de la naturaleza cada vez con más intensidad.  Ella había crecido entre volcanes, rodeada de árboles y frutos,  en contacto con lo más íntimo que había sentido jamás. Esa paz infinita y plena que te eleva y te invade cuando te sientes en libertad.

La libertad es un bien preciado que se torna más bien escaso en la ciudad. Algo tenía aquel entorno, que le perturbaba, que le hacía sentir repulsa y la cargaba de hastío emocional. La sensación de ahogo y de sentirse atrapada en un mundo en el que no se hallaba cada vez iba a más. La incomprensión de sus circunstancias y la impotencia acabaron por convertirse en rasgos de su personalidad. Era triste convivir con esa sensación de soledad, esa soledad que se siente no por estar sola, ella disfrutaba de esos momentos, sino por sentirse atrapada en un destino y unas condiciones que ella no quería aceptar. Consideraba que la vida era otra cosa más profunda y espiritual, sentía que su paso por la tierra, lugar con alma sensible e inteligencia, podía aportarle, en un intercambio recíproco, mucho más. Sentía ganas de hacer cosas con sus manos, de crear y de engendrar; de expandir su existencia y hacerla una con la tierra; de vivir el amor puro y encontrar la verdad.

Así la joven de ojos negros como ala de cuervo y tez oscura como la miel, se hizo una con la oscuridad y se entregó a la niebla siendo ésta su amiga fiel. Cual lechuza vivía de noche así podía disfrutar de las calles vacías y lo que más disfrutaba: sumergirse hasta llegar a ahogarse en las profundidades de su inconsciente. El mundo de los sueños en dónde las conexiones se establecen de forma espontánea y liberal. Así pronto comenzaron a llamarle vampiro por sus rasgos físicos y su forma de vivir y de pensar. Y ella desconfiaba de todo aquel que no lo fuera y no sintiera la pasión de la vida misma, la pulsión de lo original.

El mundo de las sombras le atraía fervientemente y más desde que vivía en la ciudad, como esa vena que se hincha esperando ser aliviada de la presión que fluye incesante por ella con espíritu indomable y ganas de expandirse y hacerse una con el todo.  Los misterios nocturnos, el desenfreno del éxtasis, lo oculto bajo la superficie, lo serpenteante y húmedo, esos eran los lugares que le gustaba frecuentar. Cómo sólo accedía a ellos a través de los sueños ,el instinto de muerte la llamaba a tres voces: evohé, evohé, evohé…y sin poder evitarlo se dejó arrastrar.

Una prominencia bañada de plata terminaba en acantilado que daba al mar.  Se escuchaba el canto de la noche y el vaivén de las olas al que se unió una respiración entrecortada, justo en el preciso instante en el que la tierra comenzó a temblar. Como si fuera el mismo humus el que inspiraba y expiraba la prominencia se empezó a excitar. Cuando llegó al climax, del punto más alto de la montaña renació la joven en una nueva vida.  Ella estaba desnuda y su piel se confundía con la tierra que la cubría. Se sintió llena de calor, de energía y por un momento su cuerpo pareció inundarse de llamas vivas.  La joven tocó su piel y sintió el ardor. Tenía una sed insaciable y no de agua sino de vino y pasión. 

Respiró fuertemente, gritó y en el suelo se revolcó. Se hizo una con la madre que la había engendrado, devolviéndola a la vida que ella siempre había anhelado. Unos tambores lejanos llamaron su atención y siguió aquel canto a tres voces que la incitaba a moverse de forma instintiva sin ningún uso de razón.  La melodía se convirtió en ditirambo. Del barro una planta de hiedra nació enroscándose imparable en una parra seca y sin vida. La joven estaba entusiasmada con lo que estaba viendo y de forma espontánea al ritmo de los tambores comenzó a moverse.  También se unieron las castañuelas y los aulós y esa manía hecha música todo lo contagió. En un balanceo suave y sensual la joven elevaba su pie derecho e inclinaba la cabeza hacia atrás . Así danzó desnuda durante varias horas, envuelta en la locura del baile sin percatarse de lo que a su alrededor estaba ocurriendo.

La hiedra lo invadió todo y después de entre ella rosas negras y robustas cepas de parra brotaron sin cesar.  Aquel lugar árido se había convertido en paraíso infernal.  La joven extasiada se había olvidado de su sed, pero aunque ella sentía que era sólo delirio en movimiento pronto sintió sus fuerzas agotarse y la necesidad de beber.

De entre las cepas apareció un carnero de ojos amarillos y mirada penetrante, robusto y con imponente y enorme cornamenta. Se acercó a la joven infundándole temor y pasión incontrolada. Ella respiraba fuertemente y de forma entrecortada, en esa mezcla de sentimientos opuestos que la invadía de forma delirante y descontrolada. El carnero se acercó un poco más y olisqueó su vientre y su sexo y tras emitir un alarido se elevó sobre sus dos patas traseras y se transformó en un hombre apuesto.

El Dios infernal, el que duerme en los infiernos, había acudido a la llamada de la fémina pues él, solícito, siempre responde  a invocaciones que suscitan su Epifanía.

El hombre se acercó a una vid y arrancó un racimo de uvas tintas. La joven, invadida por la embriaguez se arrodilló ante él quedando a la altura de su perpetua erección. Ofreció su boca con ansias de beber. El hombre acercó el racimo a sus labios que se abrían temblorosos esperando ser poseídos. Con sus manos grandes y sus dedos fuertes y finos exprimió las uvas de las que salía humo colorido. La joven gimió pues se quemó con el rojo vino, pero pronto el entusiasmo y el delirio recorrieron su cuerpo y su espíritu. 

En un parpadeo de la joven, en el que asimilaba lo que estaba ocurriendo dentro de sí, el hombre había desaparecido. La luz plata se apagó y quedó todo en penumbra. La joven tenía un deseo demoníaco de volver a encontrar al hombre carnero y un aliento cálido hizo que comprendiera el misterio que ante sus ojos había acontecido. De las aguas del mar, teñidas del color del vino, emergió el sol infernal, acompañado de un rayo que encendió antorchas por todo el terreno y esa mano masculina de finos dedos y venas hinchadas de raíz indestructible, agarró a la joven por la cintura tan sutil como bruscamente. La tendió en el suelo y entre fuego, vides y ditirambo por el éxtasis fueron poseídos.

Ven, oh héroe Dioniso…al templo junto al mar, al templo puro, desnúdame con tu fuego y poséeme con tu embriaguez y tu manía, tu delirio y tu éxtasis que incita a la vida, al thíasos,  a la libertad infernal.


Fin

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