Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

jueves, 28 de julio de 2011

Deseos


Las Nereidas de Gaston Bussière


Érase una vez, en el siglo III a.C., en un pueblo de la isla griega de Egina, una mujer llamada Calíope. Ella lo tenía todo, excepto belleza. Sus ojos eran grandes y saltones, y su nariz curva y prominente. Su cuerpo era bonito, pero  desproporcionado. No gozaba de grandes lujos, ni riquezas aunque tenía un esposo que la quería mucho y una humilde casita rodeada de viñedos y olivos. La mujer no había tenido una infancia, lo que se dice, feliz debido a su rostro, poco agraciado. Se refugió en los libros para evitar las miradas de la gente del pueblo y desarrolló grandes conocimientos en literatura y filosofía. Ella siempre había anhelado el amor, sobre todas las cosas, pero pensaba que con su aspecto nunca encontraría nadie con quién pasar el resto de sus días.

Se acostumbró a vivir sola, hasta que llegó Héctor al pueblo. El era un joven ciego a quién Calíope empezó a frecuentar para leerle libros, a petición de su madre. Así se inició entre ellos una bonita relación de amor. Eran felices y todo iba bien, aunque Calíope seguía teniendo problemas de autoestima. De hecho, no soportaba mirarse en un espejo, por eso no había ninguno en la casa que compartían. No necesitaban nada más y así pasaron los años.
Un día se produjo un extraño suceso. Calíope solía bajar a la playa al amanecer, pues así evitaba encontrarse con los vecinos, pero ése día algo en la arena llamó su atención. Era muy brillante y parpadeaba intermitentemente. Así, atraída por los destellos, se acercó. Un misterioso charco de agua cristalina se había formado en mitad de la playa. Cuál fue su sorpresa que al inclinarse, para ver el fondo, vio el rostro de una hermosa mujer. Calíope se quedó boquiabierta observando aquel rostro que parecía el reflejo de la misma Tetis, una ninfa del mar. Sus ojos negros como el azabache contrastaban con el rojo de sus labios. Y su pelo oscuro, llenaba todo el charco, haciendo que pareciera las profundidades marinas hecha mujer. Calíope, atraída por la belleza, se agachó para tocarla y, en ese momento, un brillante haz de luz iluminó la playa. Ella se asustó, al principio, y se relajó cuando la mujer del reflejo empezó a cantar.
Calíope la miraba con extrañeza pero, pronto, la voz melodiosa le contagió y comenzó a reír. La mujer le dijo que era una Nereida, hija del dios de las olas y que venía porque había sido elegida, pues ella había tocado el agua. Calíope la escuchaba sorprendida.-Por ello te concederé tres deseos- dijo la ninfa. Calíope se río dudando de la veracidad de la Nereida que se puso seria en cuestión de segundos. Le dijo que no debía tomárselo a broma pues no era un juego sino voluntad de los dioses. Calíope, que era muy creyente, en seguida reaccionó y se volvió seria y concentrada.
La ninfa le dijo que tenía que beber el agua del charco y entonces encontraría una caracola por la que tendría que soplar antes de formular los deseos. Cuando terminó, añadió- sólo hay una regla: Los deseos tienen que perseguir un bien que no vaya en tu propio beneficio-. Calíope asintió y la ninfa desapareció en el agua. Ella se quedó perpleja e hizo el amago de marcharse pero, finalmente, sumergió sus manos y bebió. El agua comenzó a absorberse hasta que el charco se vació, dejando una preciosa caracola en su centro. La cogió y observó sus hermosos detalles y colores. Finalmente, pidió que su marido, Héctor recuperara la vista y sopló. Un sonido de intensidad baja pero envolvente y reconfortante recorrió la playa.
Acto seguido, volvió corriendo a casa y encontró a su marido llorando. Se acercó asustada por haberle podido provocar algún daño. Héctor la miró con los ojos llenos de lágrimas, se acercó a ella y la besó apasionadamente. Después, añadió -puedo verte, eres tal y como imaginaba- y Calíope lloró de emoción. Ella nunca confesó lo de la caracola, pero pronto sus inseguridades salieron a la luz.
Un día llegó a la casa una joven extranjera que se había perdido. Héctor la atendió como hubiera atendido a cualquier otra persona, le dio comida y bebida y le indicó el camino que debía tomar. Sin embargo, Calíope al ver a la joven se dio cuenta del peligro que corría. Tenía miedo de que ahora que Héctor podía ver, la dejara por su fealdad.
Un día la joven volvió a la playa y mirando al mar, susurró -quiero ser la mujer más bella de todas y que los hombres me deseen-. Sopló la caracola y se metió en el mar. Cuando salió su aspecto había cambiado por completo. Tenía un cuerpo perfecto. Se había convertido en la divina proporción. Sus ojos saltones eran ahora unos preciosos ojos rasgados, oscuros como la noche. Y su rostro era el reflejo de la belleza, si acaso la belleza tuviera rostro.
Entonces, fue corriendo hasta un charco y comenzó a reír al ver su imagen reflejada en el agua. Volvió corriendo desnuda e irrumpió en la casa, abalanzándose sobre su marido. Se llevó una gran sorpresa al ver su reacción.- ¿Quién eres?, ¡suéltame!- gritaba sin parar.-Soy yo Calíope, ¿no me reconoces?-. Su marido la miraba horrorizado al escuchar la voz de su mujer en un cuerpo y un rostro diferente. -¿Dónde está mi mujer?, ¿Qué has hecho con ella?-. Calíope empezó a recitar los cantos de la Ilíada que tanto gustaban a su esposo, hasta que, por fin, le hizo entrar en razón. Héctor, que no era tonto, se empeñó en saber qué había pasado y ella le mintió diciendo que había salido así del mar. -Habrá sido obra de las Nereidas- añadió. Su marido sonrió y la besó.
Calíope llenó la casa de espejos para verse a todas horas. Pasaron los días pero como ella ya no era fea no tenía miedo de ir al pueblo. Todo lo contrario, le encantaba exhibirse, volviendo así locos a todos los hombres de la comarca. Todos la adoraban y la deseaban. Desde otros pueblos, se acercaban decenas de hombres al día para llevarle ofrendas, pensando que era la misma Afrodita. Estaba Calíope tan contenta que no se dio cuenta de los demonios que estaban despertando en su marido.
Héctor se había vuelto celoso y, en más de una ocasión, había tenido que volver antes que ella a casa porque no soportaba verla coqueteando con otros. Un día contemplando su belleza, mientras Calíope dormía, estuvo a punto de asfixiarla, pues veía que era la única manera de que no la tuvieran otros. Al día siguiente, cuando la joven volvía de darse su baño, una extraña sensación recorrió su espalda. Entonces corrió arrastrada por un mal presentimiento. Cuando cruzó el umbral de la puerta descubrió a Héctor ahorcado, colgando de la viga que sostenía el techo. Entonces gritó, desesperada, intentando soltarle. Pero cuando lo consiguió estaba muerto. En la mano sostenía una nota que decía: “los celos me están volviendo loco prefiero irme antes que hacerte daño”.  Entonces lloró de impotencia y corrió a por la caracola.
Calíope volvió velozmente y gritó -quiero que todo vuelva a ser como ayer y mi marido no se suicide- entonces sopló y cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, Héctor seguía muerto. Calíope se apoyó en su pecho y así permaneció horas, esperando volver a escuchar latir su corazón. De pronto, una mano rozó su hombro y se dio la vuelta, confusa. Quedó perpleja cuando vio a la Nereida. Se arrodilló a sus pies y suplicó que todo volviera a ser como antes.
La ninfa le contestó -te advertí que tenían que ser deseos en beneficio de otros. Calíope la miró arrepentida y comenzó a llorar diciendo lo mucho que lo sentía. La ninfa le dijo que había hecho mal y ella replicó que su tercer deseo no se había cumplido. La Nereida explicó­- Al pedir tu segundo deseo desataste la ira de los dioses pues fue en tu propio beneficio­­-. Calíope estaba horrorizada, casi no le salía la voz. Explicó que sabía que lo había hecho mal, que había aprendido la lección y que no quería nada más que volver al estado inicial.-Sin embargo, tu tercer deseo fue volver a como estaban ayer- dijo la ninfa y añadió -estoy aquí para ayudarte, puesto que tu primer deseo fue en beneficio de otros y evitar que se cumpla tu tercer deseo-. Calíope la miró confusa y la ninfa asintió.-Si, porque de haberse cumplido tú hubieras seguido siendo demasiado bella y Héctor, que no lo habría soportado, hubiera acabado matándote o arrancándose los ojos-. Calíope rompió de nuevo a llorar y besó las manos de la ninfa.- ¡Te lo suplico!, que todo vuelva a ser como antes, lo teníamos todo, éramos felices- repetía, una y otra vez. Hasta que la Nereida le sonrió. -Te concederé ese deseo, con una condición-. Calíope asintió con los ojos llenos de lágrimas.-Héctor  volverá a ser como antes, pero a cambio portarás tú la caracola convirtiéndote así en una Nereida como yo. Esta caracola está en la tierra, desde sus orígenes, por voluntad de los dioses, para que los mortales aprendan esta lección. Tu cometido será pues, hacer que tres personas aprendan la misma lección que tú has aprendido y de esa forma la caracola pasará a otras manos y tú volverás a ser como antes-.
Calíope la miraba con ojos vidriosos pero la ninfa no se inmutó. Entonces miró a su esposo que yacía en el suelo y, en voz alta, aceptó. La ninfa se agachó y le besó en la cabeza.
Un sonido, como el que hacía la caracola, se escuchó aunque mucho más agudo y ensordecedor. Entonces, la ninfa comenzó a cantar y  desapareció. Todos los espejos de la casa estallaron en mil pedazos. Calíope, asustada, se tumbó sobre Héctor para cubrirle. Cuando todo se hubo calmado le escuchó respirar. Entonces le besó emocionada pero al incorporarse su rostro había cambiado y se había convertido en Nereida. Él le dijo que estaba mareado como si hubiera estado profundamente dormido. Héctor volvió a ser ciego pero no recordaba nada, así que no podía echar de menos todo lo que nunca volvería a ver. Calíope se convirtió en Nereida teniendo así que portar la caracola hasta hacer comprender a tres mortales la lección, pero como su marido no la veía ella, guardó su secreto y siguió recitándole los cantos que tanto le gustaban.
                  Fin                         

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